Siempre igual y distinto

Los tiempos cambian, las costumbres son otras, los acontecimientos históricos marcan improntas absolutamente distintas y, muchas veces, catastróficamente revulsivas. Sin embargo, las pasiones básicas son siempre las mismas: la ambición desmedida, la seducción que provoca el poder y su abuso, la traición, la lealtad, el amor, el odio, la xenofobia, el miedo a la muerte, el egoísmo, el altruismo, la cobardía, la valentía, la audacia y la prudencia sobrevuelan las épocas y las diferentes culturas.


Por Enrique Pinti  |  Para LA NACION

La leyenda, la ficción, el mito y la realidad se alían para demostrar que el hombre es un animal racional que comete los actos más irracionales en nombre de una "supuesta" razón. Los ejemplos van desde los griegos, a partir de la historia de Antígona que luchó por dar sepultura a su hermano frente a la negativa del poder ganador de la batalla final, hasta el estremecimiento mundial ante las decapitaciones filmadas en la más tremenda actualidad, pasando por la lucha del shakesperiano Hamlet para hacer justicia por el asesinato de su padre cometido por su propia madre en complicidad con su tío por ambición de poder y las teorías nazis de exterminio a una raza para depurar al mundo y entronizar a la que ellos llamaron "superior".

Las bestias matan en su inmensa mayoría para comer o cuando se sienten acorraladas, generalmente por los humanos - ya sea cazadores furtivos u organizados, que por deporte o puro placer exterminan especies indiscriminadamente al cortar cadenas biológicas imprescindibles para el equilibrio ecológico mundial. O acorraladas por catástrofes naturales provocadas por gobiernos poderosos que, por negocio y rédito comercial, destruyen el medio ambiente que esos animales necesitan para sobrevivir.
Las violaciones permanentes al medio ambiente sobrevienen por la ignorancia de las masas que creen que el progreso pasa por la construcción de moles de cemento y cristal, que forman las selvas de las grandes ciudades. Allí, donde el pobre King Kong persigue a rubias fugitivas y Tarzán se pierde sin su liana apresado en subterráneos atiborrados de esclavos con cuello y corbata.
El que esto firma es totalmente urbano y se siente feliz entre las luces del centro donde nació, vive y morirá. Sin embargo, eso no quiere decir que ignore el abuso del negociado que aplasta lo natural, lo que debe convivir equilibradamente con la urbe.
La ambición domina al hombre y avasalla derechos con la impunidad y el equivocado concepto de que lo material es lo único que importa. Por eso, se talan bosques, se construyen sin control enormes barrios cerrados, se tapan o anulan desagües de ríos, arroyos y mares y se privilegia el monumentalismo exhibicionista de palacetes y bunkers del poder por sobre la racionalidad y el equilibrio.
Y cuando las catástrofes aparecen nadie se hace responsable; nadie fue. La culpa es del último que llega y las estupideces que han dicho públicamente acerca del "calentamiento global", al relativizar sus efectos negativos y desacreditar estudios de especialistas, geólogos y científicos, son rápidamente olvidadas al confiar en que nuestra mala memoria colectiva será campo fértil para sus negaciones. Ellos saben que, sumergidos en los problemas cotidianos con los que las mayorías deben lidiar - léase, carestías, paros, inflaciones, conflictos, pestes, virus misteriosos, mala atención sanitaria, educación en baja, inseguridad de todo tipo y peligros aún mayores- no queda mucho tiempo para recordar errores y horrores del pasado por más recientes que parezcan y vuelven a candidatearse como si fueran vírgenes y nuevos. Los veteranos podríamos recordar, pero el que no está gagá, está harto de advertir y de que nadie lo escuche. Y esto recién empieza.

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