Beatriz Sarlo despide a Pepe Eliaschev: intensidad pasional

Todos los domingos yo abría PERFIL, buscaba las páginas del Observador y pensaba: “A ver qué escribió Pepe hoy”. A veces estaba muy de acuerdo, otras disentía. Finalmente, muchas semanas estaba en desacuerdo franco. Pero tenía que leerlo como la primera nota del diario.


Sé perfectamente lo que extrañaré esas notas de ahora en adelante. No sólo por la exuberancia de su escritura, con frecuencia agitada por el enojo: esos adjetivos enfilados que repetían, en sucesivas ampliaciones, el concepto; su gusto por trabajar más de lo habitual la frase y el párrafo; el talento para la invectiva. Eso: estoy segura de que extrañaré la cólera de las columnas de Pepe. Dejaba claramente expuestas sus ideas. Impartía juicios sobre todos los temas, que se convertían en una lava hecha de condenas, desprecio, impaciencia, valoración moral y política. Su intensidad pasional quizá no tenga sucesores.
A diferencia de muchos de nosotros, el estilo de sus contratapas era pasional. Pero con una originalidad: difundía una cantidad de información periodística pesada, inaccesible o muy difícil de conseguir, y a la vez no atenuaba la intensidad de sus opiniones. Se tratara de los conflictos en Medio Oriente o Europa o de los episodios de la política local, Eliaschev hacía siempre dos trabajos al mismo tiempo, posibles porque era un hombre culto en política internacional, sobre la que no se informaba en Google. No había abandonado el periodismo para convertirse en un comentarista con opinión camuflada ni en alguien que sólo baja línea.Sus opiniones mostraban el camino que las reconducía a información probada.
Por eso era tan fácil disentir con sus perspectivas y al mismo tiempo encontrarlas imprescindibles: porque la pasión y la cólera lo movían no como impulsos contrarios a su oficio de periodista, sino como resortes donde ese oficio se afirmaba y, al mismo tiempo, trascendía. Era imposible la indiferencia ante sus notas (o sus editoriales en la radio). Sin duda, tanto como fue colérico fue odiado. Y, tanto como odiado, respetado y temido. Por eso, en 2005, Radio Nacional rescindió su contrato. No era, por supuesto, la primera vez que se lo apartaba.
En la prensa gráfica, Eliaschev ponía en contacto dos puntos de vista: uno sobre los hechos que deben darse a conocer y otro sobre los valores sostenidos por el periodista que cuenta esos hechos. El espacio entre esos dos puntos de vista es una zona de inestabilidad y de peligro, porque la nota puede convertirse simplemente en pura opinión; pero hay también una zona de productividad, cuando la nota logra coser la fractura entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo valorativo y lo informativo. El equilibrio es siempre inestable. Eliaschev caminó durante décadas por la cuerda tendida entre esos dos territorios.

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