‘Populismo pop’, el otro heredero del general

El primer peronismo descubrió el poder político de los medios de comunicación. Los consideró espacios enemigos o amigos. No le temía a la obsecuencia. Néstor y Cristina siguieron los pasos del líder fundador del movimiento del que el kirchnerismo es (o fue) una etapa.


Por Beatriz Sarlo 

El primer peronismo expropió y se hizo dueño de La Prensa, un diario importante en ese entonces, y mantuvo un sistema de diarios y revistas que lo apoyaron incondicionalmente. Los discursos de Perón se trasmitían por radio; y una corte de artistas rodeaba a Eva Perón y manifestaba su fervor por el gobierno. Los actos en Plaza de Mayo ponían en escena, a la medida de la época y con la estética de entonces, los episodios de la política local (que culminaron con el célebre drama del “renunciamiento” de Eva Perón). El entierro de Eva fue un triste suceso popular que duró varios días, con filas interminables que la gráfica de los diarios llevaba a quienes no habían estado allí. Los actos públicos incluían números musicales y simpáticas elecciones de Reinas del Trabajo. El presidente y su esposa daban la patada inicial en los torneos de fútbol y Eva Perón estaba presente para entregar los premios de los campeonatos infantiles y juveniles. Los noticieros que precedían a la proyección de películas en los cines consistían en un catálogo detallado de las actividades del presidente, su esposa y comitiva. Uno de mis recuerdos políticos más lejanos me ubica en la cama de un hospital público, internada durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo: la Fundación Eva Perón nos obsequió un espectáculo continuado de payasos y magos, y un generoso reparto de juguetes, todos ellos acompañados de fotos de Evita y libros ilustrados que nos explicaban la generosidad del régimen.
 Estos datos someros, probados por la historia ya escrita, indican que la sensibilidad, el gusto, el impulso irrefrenable a utilizar los medios no fueron desconocidos para los dirigentes del peronismo histórico.
El kirchnerismo ha hecho de esta política cultural del primer peronismo una gigantografía a la medida de nuestra época, donde todo (los cuerpos y las palabras) parecen exageraciones de un modelo que ha sido decorado por la estética del showbiz. El kirchnerismo no ha inventado sino que ha actualizado, con audacia y desparpajo (sobre todo en lo que concierne a usar los recursos del estado en función propagandística), lo que, comparado con lo que hizo el primer peronismo, parece el gran mural de lo que fue un primer boceto inconcluso. Para dar un ejemplo: el primer peronismo construyó aldeas visitables, como la Ciudad de los Niños, en el camino a La Plata. El kirchnerismo ocupó una extensión de la Ciudad de Buenos Aires para montar Tecnópolis, un gigantesco parque de diversiones, donde hay ciencia explicada, música, atracciones, rarezas, entre las que, de vez en cuando, se pasea la Presidenta; un espacio multifuncional donde puede suceder cualquier cosa: recitales, conversaciones de intelectuales o artistas, atracciones semicircenses o semicientíficas.
El primer peronismo rebautizó provincias, ciudades y calles, estaciones de tren y hospitales con el nombre de Perón y Eva Perón. El kirchnerismo, a partir de la muerte de Néstor, comparte esta generosa manía bautismal. Se cree, contra toda evidencia pasada, que la nomenclatura persistirá. Y aunque persista, ¿asegura algo más que su propio sonido políticamente evocador? Sin duda, sería mejor que el Centro Cultural Kirchner se llamara de otro modo, menos personalizado: Centro Cultural Nacional, para evitar una tómbola de candidatos. Pero, como sea, es poco importante, aunque sea extremadamente significativo. Es poco importante porque lo que acontezca en un espacio bautizado con la K dependerá de quien lo dirigía, de los equipos, las políticas y los presupuestos. Es, en cambio, muy significativo porque pone al desnudo el pensamiento mágico que suele acompañar al personalismo exacerbado, ese personalismo que vuelve a cualquier objeto, espacio o edificio una representación del Líder. Es prueba de una manía fetichista, como las nuevas estatuas que hay en las ciudades, como el enorme perfil de Eva sobre el edificio de Obras Públicas.
Hay una variación de estilo que el kirchnerismo ha impuesto, sobre todo después de la celebración del Bicentenario: el populismo pop. Todos los méritos deben atribuirse a la Presidenta, sin dejar de hacer los reconocimientos debidos a quienes contribuyen en la puesta en escena. El estilo presidencial sería menos imponente si la Presidenta no fuera el único foco de trasmisión de la línea general del Gobierno, por sus famosas cadenas nacionales (famosas no tanto por su escucha directa, sino por sus rebotes en los medios y en las redes sociales). La Presidenta ejerce un monopolio, cuyas consecuencias políticas son una nueva forma del populismo carismático. Desde el punto de vista cultural, ha introducido novedades hasta ahora ignoradas por el populismo criollo, aunque algunas de las salidas desfachatadas de Menem y su exhibición como deportista, en el primer tramo de su gobierno, anticiparan este giro.
El populismo pop es un producto de la alianza de la estética audiovisual y la política. Todo fue modelado según este canon estético: el velorio de Néstor; el luto macizo de su viuda; los vestidos de ese luto, que fueron iguales a los de colores intensos y luminosos que antes usaba, y cuya variación pasó por una ordenada gama de grises hasta los tierras y los tonos apastelados de la actualidad; el peinado presidencial y la conservación de su rostro, que no variaron durante el luto ni después. Todo pertenece a un backstage teatral, tan teatral como el de las reinas y princesas que salen en las tapas de revistas como Hola y sus variantes.
La Presidenta ama a su pueblo y su pueblo ama que la Presidenta parezca una star, tan artificiosa, tan intangible, tan dependiente de su decoración física como las estrellas pop. Todo esto no son datos superficiales. Vale la pena recordar una vez más que el rey, como figura que trasciende por la naturaleza de su poder original al resto de los mortales, debió diseñar su vestimenta o aceptar que se las diseñaran (el ejemplo histórico es Luis XIV), porque su cuerpo no es uno más sino el punto por donde pasa el poder y se hace visible.
Cristina le dio a esto un giro pop, porque es una mujer con los gustos mediáticos de su época. A ese giro debe atribuirse también el de los pasitos de baile que realiza en público y la “puesta en valor” de un cuerpo que es excepcional, porque es el cuerpo de quien ordena, y tiene el gusto y el deber de mostrar su autoridad. El rey, frente a sus súbditos, debe estar siempre vestido de ceremonia. Que esto coincida con inclinaciones anteriores de Cristina tiene poca importancia. Que tome mucho tiempo la preparación cotidiana de esta imagen tiene sólo importancia para quienes no reconozcan que es parte de la escena elegida por este gobierno. Me apresuro a observar que ser una figura pop no va obligatoriamente en menoscabo de una dimensión más intelectual: es simplemente su combinación en la época en que los mass-media hegemonizan el espacio de la cultura. Cristina no es buena intelectualmente por otras razones, que son políticas y de formación.
En el campo populista pop donde la Presidenta implantó su dirección están incluidos artistas del showbiz, actores de la televisión, productores. También lo estuvieron en el primer peronismo. Pero no son éstos los miembros destacados del campo cultural, sino más bien los beneficiarios de políticas donde el manejo de los dineros públicos deberá ser examinado cuidadosamente en el futuro. El kirchnerismo se enorgullece de la producción propia (“nacional”) de contenidos audiovisuales: sus presupuestos y los sueldos son un pozo de dimensiones inconmensurables, como es inconmensurable la plata gastada en Tecnópolis y en el coro de voces kirchneristas cuya friso más homogéneo se luce en el programa 6,7,8, un emblema del kirchnerismo no tanto por el tamaño de su audiencia como por los rebotes en las redes y en los medios.
Los intelectuales “serios” del kirchnerismo son, desde su fundación, en 2008, los que dirigen Carta Abierta. De esa agrupación salió Ricardo Forster, actual secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, antes filósofo frankfurtiano. Pertenece a Carta Abierta Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, cuya gestión es una excepción pluralista dentro de las políticas culturales del kirchnerismo. Kirchner visitó Carta Abierta. La Presidenta, nunca.
También en esto podría decirse que la Presidenta sigue una tradición peronista de desconfianza frente al pensamiento más complejo. Horacio González, autor de miles de páginas de interpretación, no fue nunca citado como fuente. En cambio, sus autores preferidos son historiadores más populares, ubicados en una línea separada tanto de la historia académica como de las lecturas más elaboradas del populismo. Esto, aparte de evidentes limitaciones, indica que el peronismo kirchnerista o no kirchnerista desconfía de los intelectuales “que se plantean problemas” o, como gustaba decir Perón, de los “ideólogos”.
Los de Carta Abierta han sufrido los avatares característicos de los intelectuales en relación con un poder que se han dedicado a defender. Los vimos criticando a Scioli y ahora aceptándolo (allí están los videos de Forster), los escuchamos reírse con Randazzo y ahora enmudecer cuando el objeto de esa burla es candidato a presidente del Frente para la Victoria. No es momento de pedirles que hagan un examen de sus posiciones, ya que están en retroceso y no tengo inconveniente en que se tomen su tiempo. Pero seguramente les vendrá bien recordar que ser los teorizadores del poder trae complicaciones en el balance final. Sufren los intelectuales kirchneristas, después de haber creído que, esta vez, se realizaban sus sueños o sus predicciones. El seguidismo de la desnuda política y la justificación de sus medios no le pagan al pensamiento todo lo que le quitan.

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