Imperdonables

Cada tanto la marea de noticias pone sobre el tapete ciertos temas que representan problemas sociales de larga data que luego son olvidados, relegados y finalmente archivados en la memoria colectiva. Últimamente y debido a escándalos mediáticos farandulescos ha vuelto a resurgir el problema de los menores envueltos en tironeos de padres y madres en conflictos conyugales que desembocan con menor o mayor virulencia en discusiones sobre paternidad, tenencia y cuotas alimentarias.


Por Enrique Pinti |  Para LA NACION

La exposición descarnada y masiva en redes sociales, programas de televisión y demás medios hace correr como reguero de pólvora intimidades y detalles escabrosos que involucran a seres inocentes que no pueden defenderse y que sufren traumáticas situaciones de imprevisibles consecuencias a futuro. Las instituciones reaccionan a hecho consumado y cuando el daño ya es irreversible.

Nadie piensa en esos niños "protegidos" por un marmolado fuera de foco en las imágenes que pueden ocultar sus facciones, pero no borran, ni mucho menos, las consecuencias psicológicas. Esas discusiones plagadas de improperios, insultos y descalificaciones, tienen un alto impacto negativo en esos seres humanos criados en grupos familiares en guerra donde padres, madres, abuelas, amantes, abogados, jueces y periodistas forman un patético circo sangriento y vergonzoso.
Ya se sabe que nadie es perfecto y que las relaciones humanas muchas veces siguen tortuosos caminos plagados de engaños y mentiras. Las bajezas y mediocridades arruinan frecuentemente las mejores intenciones. El amor se transforma en odio y cuanto mayor haya sido la devoción por alguien supuestamente ideal, más grande será la decepción y por ende más feroz será el enfrentamiento.
Pero lo que resulta difícil de aceptar por el sentido común, o sea el menos común de los sentidos, es el hecho de hacer pagar tan caro a lo que el amor, cuando fue amor, se engendró. Es incomprensible y decepcionante ver como el egoísmo, el narcisismo y la vanidad personal pueden borrar las cosas más sagradas de nuestra naturaleza humana.
Se debe usar la razón que nos diferencia de las bestias para no hacer cosas que las bestias supuestamente irracionales hacen, o sea, cuidar a sus cachorros con celo y fiereza, protegerlos de cualquier agresión externa y amamantarlos hasta que puedan valerse por sí mismos. Es como el caso del piloto de avión que estrelló la máquina en los Alpes por sus frustraciones y en lugar de suicidarse en solitario arrastró en su locura a todos los pasajeros. Todos dijimos: "Está loco". Y teníamos razón, pero muchas veces observamos cómo, perdidos en nuestro laberinto pasional y arrastrados por orgullos malentendidos y egocentrismos enfermizos, empujamos al abismo a las personas inocentes a las que deberíamos cuidar de otra manera.
Engendrar hijos es relativamente sencillo. Tener hijos, con lo que significa el verbo tener, sinónimo de sostener responsablemente vidas nuevas dándoles lo mejor de nosotros, es algo sumamente difícil, por lo tanto es imperioso conocerse lo más fielmente que nos sea posible para tener la certeza de que estamos a la altura de semejante responsabilidad.
No es obligación ser padre ni ser madre, pero sí es obligatorio darles la oportunidad de ser lo más felices que podamos. La indigencia, la pobreza extrema, la desigualdad social y las malas condiciones de vida pueden ser atenuantes para la culpabilidad de malas crianzas. Las frívolas, sofisticadas y privilegiadas existencias de tantos payasos mediáticos con todo a su favor arruinando y manoseando a sus hijos en pleitos por cosas materiales, es imperdonable.

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