Malditas costumbres

Hay buenas costumbres y malas costumbres. Generalmente, se pone el acento para definir unas y otras en las pautas morales referidas, mayoritariamente, a excesos sexuales, adicciones tóxicas y faltas de un mínimo decoro en el vestir, el hablar o el beber. Los límites van cambiando con las épocas y lo que era mala costumbre en 1500 puede ser costumbre tolerada en 1920 y buena en 2011. Pero, aparte de estas tajantes diferencias entre lo bueno y lo malo como un blanco y negro sin matices, existen las malditas costumbres que son las que poco y nada tienen que ver con mostrar o no mostrar partes pudendas, sino que están relacionadas con la falta de respeto a los derechos ajenos. Esto que sigue no pretende ser una tabla completa y mucho menos rigurosa, pero es el reflejo de algunas cosas que irritan al que esto firma.


Por Enrique Pinti |  Para LA NACION

¿Cuándo terminarán estas malditas costumbres? Por ejemplo, las luces enceguecedoras en la parte trasera de los patrulleros de la policía metropolitana, que sólo sirven para que los automovilistas no puedan ver claro su senda callejera y para que los delincuentes los vean venir a tres cuadras y tengan tiempo suficiente para hacerse humo al desaparecer por la primera calle, a contramano, que tengan a su alcance. Como vistosas, son vistosas, pero, como no se trata del frente de un bingo ni de una marquesina teatral, no suena lógico ese lucerío tan potente.

Otra de estas malditas costumbres es la manía de motociclistas y ciclistas de querer pasar a toda velocidad por espacios estrechos entre un taxi y un colectivo o entre un coche y el cordón de la vereda arriesgándose a recibir un portazo de algún pasajero al descender del automóvil y quedar desparramados en la vereda.
¿Cuál es la maldición bíblica que sigue permitiendo piquetes desorganizados que reflejan descontentos sociales absolutamente comprensibles y muchas veces justificados, pero que podrían hacerse con cierto orden para no agregar más descontento al descontento y no llegar al piquete realizado por los que no están de acuerdo con los piquetes?
¿Por qué no se advierte con carteles puestos dos o tres cuadras antes de las calles cortadas ya sea por arreglos o protestas?
¿Cuesta tanto señalizar esas zonas al dar la oportunidad de tomar caminos alternativos?
¿Cuándo un semáforo no funciona es tan problemático desarrollar una conducta medianamente civilizada al no obstruir las bocacalles en un desesperado y torpe deseo de pasar a cualquier precio y lograr un embotellamiento infernal que con un poco de sentido común no tendría lugar?
Cuando un avión aterriza ¿cuál es el apuro de bajar si hasta que no se abran las puertas nadie podrá abandonar la nave y aún después de eso habrá que llegar a la cinta de equipajes y esperar pacientemente el arribo de la valija? ¿Por qué entonces esa desesperación de salir como tejo? La misma aglomeración se produce al abordar el avión que no es un colectivo que cierra la puerta y te deja plantado en la esquina, además los asientos son numerados y nadie puede ocupar el tuyo ¡caramba!
¿Los seres humanos aprenderemos alguna vez a respetar el silencio de los otros? ¿Seremos capaces de entender que alguien no tenga ganas de hablar de sus penas y dolores y seguiremos molestando con los "desahógate", "llorá, llorá que hace bien", "no te guardes las cosas malas que se te pudren dentro", "hablá, acá tenés un pecho amigo" y demás estupideces que tienen el efecto contrario sobre el atribulado amigo?
¿Tendremos claro alguna vez que lo que es bueno para nosotros no tiene obligatoriamente que ser bueno para los demás?
¿Nos dejaremos de recomendar remedios que muchas veces nos hemos autorecetado sin saber si el organismo de los otros puede resistirlos sin producir una reacción alérgica o algo aún peor?
¿Nos dejaremos de romper la paciencia recomendando chinos milagrosos y pócimas mágicas?
¡Vaya uno a saber! Estas malditas costumbres nunca pasan de moda y forman parte de la irracionalidad de los supuestamente razonables. Pero no debemos acostumbrarnos a esas costumbres, debemos luchar contra ellas, las de los otros y las propias, ya que nadie está exento de padecerlas.
Ni buenas ni malas, sólo ¡malditas!

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