Corderos, lobos y zorros

La violencia siempre existió, desde los más antiguos cronistas históricos hasta los noticieros televisivos de la actualidad reflejaron y reflejan la existencia de este flagelo y es claro que cada época marca características diferentes a este fenómeno que no ha dejado vivir con tranquilidad al género humano. No obstante el común denominador de la violencia es la intolerancia no sólo política y religiosa sino la falta de respeto al prójimo, que tiene derecho al pensamiento propio. No estamos hablando de permitir y no reaccionar contra el delito, el crimen y la maldad intencionada y destructiva que como toda miseria humana se hace pasible del rechazo social. No se trata de respetar al que encuentra placer en asesinar, descuartizar y enterrar en su jardín a víctimas inocentes ni tolerar en nombre del "pensamiento distinto" al que llevado por la ira confunde justicia con venganza y toma un arma para ejecutar al que lo ofendió, no, estamos hablando de algo más que de "tolerancia", término algo confuso que indica un permiso a regañadientes, respeto que no implica pensar igual pero que exige no ofender al diferente. A lo largo de la historia se han visto cometer horrendos crímenes en medio de guerras declaradas o no, en siniestras invasiones a países extranjeros, en cruentos períodos de intolerancia religiosa en nombre de unas supremacías raciales o peor aún por superioridad económica de hegemónicas potencias. Estos hechos siguen produciéndose pero, aunque no sean todo lo eficaces que las situaciones sociales exigen, en la actualidad y hace casi un siglo existen organizaciones internacionales que están facultadas para pedir treguas en las confrontaciones bélicas entre países enemigos. Estas negociaciones en otras épocas eran menos frecuentes y estaban en manos de reyes absolutos y prelados en muchos casos más papistas que el Papa.


La violencia cotidiana mayoritariamente ejercida contra mujeres y niños no sólo carecía de la prensa que hoy en día tiene sino que estaba aceptada como forma normal de disciplina familiar y los castigos corporales que sufrían alumnos de escuelas e internados de clase alta, media y baja así como también en conventos y orfanatos, formaba parte del sistema educativo de países aparentemente "civilizados", léase Inglaterra, Suecia, Alemania o Francia. Tuvo que pasar mucho tiempo para que esas prácticas fueran consideradas delito y, aún hoy, infinidad de niños son golpeados salvajemente y miles de mujeres de toda clase y condición viven temerosas de que ex maridos violen las reglas que marcan el alejamiento físico y concreto de sus verdugos cotidianos. La lucha es durísima pero, al menos, en muchos países el tema se debate bien o mal, seria o banalmente pero se discute públicamente y ha dejado de ser un tema tabú.
Todo lo que se haga para apagar las hogueras del odio será poco y por eso no hay que pecar ni de ser "políticamente correcto" ni de hacerse el "superado seudo contestatario y lamentablemente snob" propiciando la reapertura de marginaciones que tanto dolor han causado a minorías que pagaron con su vida el derecho a ejercer, por ejemplo, sexualidades diferentes.
La violencia está ahí, a la vuelta de la esquina, acechando con apariencia de cordero y realidad de lobo feroz o peor aún de zorro cínico.
Muchas veces estas polémicas toman un cariz patéticamente bizarro y terminan en el ridículo del que algunos dicen que no se vuelve, cosa no muy segura en estos tiempos de mala memoria donde cualquier estafador vuelve a estafar sin que se le mueva un músculo de su cara de cemento.

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