De la tragedia a la farsa

Escribió Carlos Marx que las tragedias, cuando vuelven en la historia, a veces lo hacen degradadas como farsas. ¿Será éste el caso de la candidatura presidencial de Máximo Kirchner, que acaba de lanzar su madre con el entusiasta respaldo del propio interesado? Diga lo que se dijere de la pretensión "quedantista" de la Presidenta para perdurar indefinidamente en su cargo, existió como un drama que bien pudo convertirse en una tragedia si se tiene en cuenta su longitud temporal, que excedió holgadamente los límites constitucionales.


Pero ahora que la pretensión "quedantista" ha pasado de generación, también ha cambiado de naturaleza. Podría decirse en tal sentido que el desprecio de Néstor por los plazos republicanos había sido compartido por Cristina cual si fuera un bien ganancial, pero en el caso de Máximo los vicios familiares no necesariamente se heredan, ya que suponerlo así equivaldría a cambiar drásticamente de régimen, de la república a la monarquía. ¿Qué méritos extraordinarios ha sumado Máximo Kirchner, en todo caso, para adjudicarse los beneficios de este verdadero salto institucional?
Hasta hubo un intento del propio Máximo de lograr el respaldo de su pequeño grupo de La Cámpora para reforzar su ambición. Los movimientos reformistas deberían apoyarse sobre espaldas más anchas. Es forzoso concluir, en este sentido, que si el país, aunque Cristina no lo quiera, se halla al borde de un cambio de régimen, del cristinismo al poscristinismo, este desplazamiento debería concretarse a través de amplias movilizaciones populares y no mediante íntimos retoques familiares.
El cristinismo, que se acerca a su fin, nunca admitió su carácter republicano, es decir, su propia temporalidad. Pero los gobiernos de las repúblicas, cuando son auténticos, se saben mortales. Naturalmente piensan, por lo tanto, en su inevitable sucesión. Se resignan de antemano a ella y ésta es por otra parte su única manera de perdurar en el tiempo.
Este impulso sucesorio se da como algo natural en las democracias maduras, pero no se da, en cambio, en las democracias inmaduras como la nuestra, donde aún persisten veleidades monárquicas, es decir, la fantasía de la inmortalidad. Los plazos republicanos, así, están firmemente establecidos en Uruguay o en Brasil, pero no en la Argentina. El poscristinismo, de este modo, tendría que coincidir entre nosotros con la definitiva fundación de la república. Aún estamos ante un verdadero desafío por tanto, que todavía no se nos dio: que las democracias que llamamos "maduras" sobresalgan por delante de las inmaduras.
Esto tiene que ver, a su vez, con la teoría de la circulación de las elites de Wilfredo Pareto. Según esta teoría, las minorías se van reemplazando unas a otras en un juego dinámico a través del cual, al fin, prevalece la mejor. Es en cierto sentido lo opuesto a la teoría democrática de las mayorías, aunque desemboque al fin en un mismo proceso de circulación natural. Son como dos maneras idénticas de ver las cosas distintas pero convergentes.
Hay que convenir, de todos modos, en que a nosotros aún nos falta un proceso final de maduración para llegar ser una democracia normal. A nosotros sólo nos falta un hervor para ser una democracia republicana. ¿Cuál sería, en este sentido, una democracia normal? ¿Aquella en que se cumplen sus plazos? Dicho por lo negativo, ¿aquella de dónde se han desarraigado sus residuos monárquicos?
Pero la nostalgia por nuestros residuos monárquicos ¿la hemos desarraigado del todo? ¿Estamos dejando de ser, por ejemplo, personalistas? Pero aquí se abre otro capítulo: ¿hasta dónde es repudiable el personalismo? Sí, por cierto, en sus excesos. Pero también el personalismo contiene virtudes, como la fuerza y la firmeza del carácter. ¿Acaso tendríamos que renunciar también a ellas?
Hay éstas y muchas otras preguntas sin contestar, quizá todavía sin formular. La sociedad argentina es aún, quizás, una página incompleta. No hay que tener, todavía, la impaciencia por llenarla ni el apuro por completarla. No es que tendremos todo el tiempo para hacerlo. El tiempo, incluso todo nuestro tiempo, será dramáticamente limitado cuando llegue la hora de la cuenta. Pero es en esta hora que, en definitiva, seremos juzgados. La Argentina, como nosotros, está en formación. Tenemos tiempo. No todo el tiempo.

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