Etchegaray y Parrilli: Alimentando el Hubris de Cristina vía Seychelles

El gobierno nacional, a través de Oscar Parrilli primero (vía web y en tiempo real) y Ricardo Etchegaray después (con su aclaración sobre el paraíso fiscal de las Islas Seychelles), está tratando de desmentir las denuncias de Jorge Lanata en Canal 13, que sostienen que "la ruta del dinero K" termina en el paraíso fiscal que visitó por dos días Cristina de Kirchner en enero. El diagnóstico acerca del posible síndrome de Hubris que estaría sufriendo la mandataria es respaldado ahora por el soporte que le brindan sus funcionarios tratando de desestimar las denuncias por corrupción sobre la mandataria.


CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24) - Recientemente el periodista y neurólogo, Nelson Castro, emitió una fuerte editorial en su programa "El Juego Limpio" (TN) donde diagnosticó a la presidente Cristina de Kirchner con el sindrome de Hubris, una dolencia que, aunuqe no ha sido catalogada como enfermedad de manera oficial por la psiquiatría, ha aquejado mayormente a líderes políticos a lo largo de toda la historia de la humanidad.  
 
La mitología está plagada de personajes que son víctimas de su soberbia, como Aquiles, que encolerizó a los dioses al desobedecer su prohibición de ultrajar el cadáver de Héctor; e Ícaro, quien gracias a unas alas fabricadas con plumas y cera creyó que podía volar tan alto como los dioses y llegar al Olimpo. Pero la arrogancia de ambos fue castigada. Aquiles murió a manos de Paris, el hermano de Héctor; y el sol derritió la cera de las alas de Ícaro, de modo que el altivo joven cayó al mar, en cuyas aguas desapareció para siempre. Porque tras el subidón del hubris siempre viene la némesis, que es como los griegos llamaban a la desgracia con la que los dioses castigaban la arrogancia de ciertos humanos.
 
El hubris era un concepto moral, pero los atenienses acabaron incorporándolo a su código legal, lo que le dio un matiz más práctico y lo definió, tal y como lo explicó el historiador Enrique Suárez Retuerta, como: “La violencia ebria que los poderosos ejercían contra los débiles y la arrogancia grosera de quienes ostentan el poder”.
 
Han sido los reyes, emperadores, políticos y, en definitiva, gobernantes de toda índole quienes más han sufrido loss estragos de tal dolencia. A fin de cuentas, el poder es la materia prima con la que trabajan, y no es extraño que su ego acabe resintiéndose. 
 
Un caso reciente de Hubris en la región (pasando por alto el evidente caso de Hugo Chávez en Venezuela) fue el del presidente de Ecuador José Abdalá Bucaram. Comenzó su mandato aplicando medidas sociales y volcándose en tratar de enderezar la situación económica del país. Pero conforme concretaba sus logros políticos, iba dando rienda suelta a comportamientos cada vez más extravagantes. Creó su propio programa de televisión, en el que atormentaba a los espectadores con interminables sesiones de karaoke (algo similar a lo que hizo luego Chávez en Venezuela y Cristina en la Argentina vía cadenas nacionales); actuaba junto a un grupo llamado Los Iracundos, e incluso se empeñó en contratar a Diego Armando Maradona como asesor personal por un millón de dólares al año. Llegados a ese punto, la némesis era inevitable, y Bucaram fue destituido de su cargo por “incapacidad mental”.
 
Pero aunque el hubris se resista a subírsele a la cabeza al gobernante de turno, no pasa nada, porque ahí están los aduladores para darle el empujoncito necesario. Y es que, como escribió John Locke: “La adulación es un vicio horrendo que empobrece al que lo recibe, aunque le haga creerse un dios”.
 
Es en ese punto donde los "aplaudidores" y demás obsecuentes que rodean a Cristina de Kirchner podrían estar haciendo un enorme daño, no sólo a la mandataria, sino al país entero, influenciandola para que siga en un camino que evidentemente está llevando al "modelo" y el "relato" a la ruina.
 
Casos de obsecuencia para con la mandataria no faltan. Basta con ver la reacción del secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, quien este domingo por la noche se quedó mirando el programa de Jorge Lanata para salir a desmentirlas denuncias del periodista y tratar de encabezar un contragolpe en la web lanzando los lineamientos que luego la "militancia" debía defender en los foros de opinión pública.
 
Igual que la semana pasada, cuando el oficialismo perdió estrepitosamente en la mayoría de los distritos en los que se votaron las elecciones primarias abiertas (PASO) y desde el Hotel Intercontinental la "militancia" y el círculo allegado a la mandataria festejaba increíblemente una derrota evidente, la negación de la propia realidad se está volviendo tan evidente que resulta peligrosa para el gobierno.
 
La gravedad de las denuncias contra la mandataria y la falta de criterio que ha tenido el gobierno para responder a las denuncias no sólo explican la derrota que el FPV se negó a admitir en el Intercontinental el domingo pasado, sino que además muestran que en el círculo íntimo de aduladores de la presidente reina una total falta de conciencia sobre los deberes de un funcionario público y priman más que nada las alabanzas hacia una "capitana" del modelo que observa sin entender como el buque se va a pique.
 
Algunos ejemplos de aduladores que empeoraron la condición del síndrome de Hubris de líderes a lo largo de la historia recoge el sitio Quo.es en un interesante post sobre la llamada "enfermedad del ego":
 
"(...) Algo parecido le ocurrió a otro emperador romano, Marco Antonio Basiano, conocido para la posteridad como Caracalla. Sus generosas iniciativas políticas, como otorgar la ciudadanía romana a los habitantes de las nuevas provincias del Imperio, no impidieron que su ego se disparase hasta límites insospechados, hasta el punto de encararse con las facciones críticas del Senado, diciéndoles: “Sé que no os gusta lo que hago, pero por eso poseo armas y soldados, para no tener que preocuparme de lo que penséis de mí”.
 
Caracalla se rodeó de una corte de aduladores que le lisonjeaban diciéndole que él era tan grande como Aquiles. Al emperador le gustó tanto aquella comparación que hizo envenenar a su mejor amigo, Festus, para agasajarle con un funeral tan suntuoso como el que el mítico héroe griego celebró en memoria de su compañero Patroclo.
En este caso, la némesis no pudo ser más cruel, dado el grado de endiosamiento de Caracalla. El emperador sintió la necesidad de hacer de vientre mientras iba de viaje, saltó de su litera y se ocultó tras unos arbustos para aliviarse. Y allí fue apuñalado por uno de los soldados de su escolta, mientras aliviaba el esfínter.
 
Aunque Caracalla no fue el primer ni único líder que se ha creído un dios, lo que no es tan habitual es que ese proceso de autodivinización afecte incluso a partes concretas de la anatomía de la persona. Fue el caso del general y presidente de México Antonio López de Santana, quien, tras una brillante carrera militar (entre cuyos triunfos figura la destrucción de El Álamo), llegó a calificarse como “el nuevo Napoleón”. Pero en 1842, tras un ataque a la ciudad de Veracruz tuvieron que amputarle la pierna izquierda. López de Santana la hizo enterrar con honores militares, pero aquello no fue suficiente. Uno de sus validos, el coronel Rafael Muñoz, le dijo que toda la nación debía ser testigo del sacrificio que había hecho por la patria, y le convenció para que desenterrara la extremidad y la llevara a México capital. Allí, Santana volvió a darle sepultura, pero con todos los honores de un funeral de Estado. La pierna fue inhumada en un ataúd cubierto con la enseña nacional.
 
Tal ejercicio de orgullo tuvo una némesis a la altura. Santana se puso una pierna de madera. En 1847 estalló una nueva guerra contra Texas, y el general salió al encuentro de sus enemigos. Cerca de la localidad de Cerro Gordo ordenó a sus tropas hacer un alto, porque estaba cansado y de­sea­ba echar una siesta. Sus oficiales le dijeron que no era prudente, pero Santana, convencido de que no había enemigos a su alrededor, les respondió: “Si Napo­león pudo echar una cabezada antes de Waterloo, ¿quiénes sois vosotros para impedirme hacer lo mis­mo?” Como si fuera gafe, el general cerró los ojos, y los abrió justo para ver cómo la caballería enemiga irrumpía en su campamento a tiro limpio, le rodeaban después y finalmente se quedaban con con su pierna ortopédica como trofeo.
 
Quizá uno de los ejemplos más claros de víctima de la manipulación de los aduladores fue Warren G. Harding, nombrado presidente de Estados Unidos en 1921. Este estadista se rodeó de una camarilla de amigotes a los que apodaron “la banda de Ohio”, con los que jugaba al póquer dos veces por semana en la Casa Blanca. 
 
Aquellos sujetos sabían como tratar a un tipo tan maleable como Harding, ya que le dejaban ganar y alababan sus dotes de buen jugador y su temple. El resultado fue que en aquellas partidas salían a relucir algo más que full de ases y tríos de reyes, porque los jugadores conseguían arrancar del presidente concesiones, contratas y apoyos para negocios de dudosa legalidad.
 
Durante varios años, el presidente vivió en la más completa inopia, y cuando los primeros rumores sobre las corruptelas de sus amigos llegaron a sus oídos, reaccionó con indignación y proclamó: “Ellos jamás me traiciona­rían de esa manera... Mis amigos guardan mis sueños y ayudan a guiar mis pasos”. Cuando las pruebas fueron más que evidentes, Harding no fue capaz de soportar el oprobio. Dicen que quiso presentar la dimisión, pero no pudo hacerlo ya que la némesis le llegó con la forma de un infarto fatal.

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