¿A quién creerle, a Carrió o a Lorenzetti?

Dos dilemas se han instalado en nuestra atribulada realidad. El primero es si la República sobrevivirá o no sobrevivirá a los embates de una presidenta que se empeña en "ir por todo" . El segundo dilema enfrentó entre ellos a dos defensores de la República, la diputada Elisa Carrió y el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. El primer dilema es "frontal" porque, según se resuelva en un sentido o en el otro, seguiremos viviendo o dejaremos de vivir en una república. El segundo dilema es "indirecto" porque, para resolverlo, tendríamos que determinar primero si es Carrió o es Lorenzetti quien tiene la razón o si, en última instancia, ambos debieran compartirla.



El principio que define a la República es la división de los poderes o, dicho de otro modo, que en ella nadie tiene el monopolio del poder porque, si alguien lo tuviera, correría peligro el bien más preciado de las repúblicas: la libertad de los ciudadanos. Por eso, el mal al que más han de temer los ciudadanos que estiman a la libertad es la concentración del poder en una sola mano, según la famosa advertencia de lord Acton: "El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente".
Aquí y en todas partes, por ello, la concentración del poder y la corrupción son primos hermanos. No deben extrañarnos, así, los grandes escándalos de corrupción que en estos días nos alarman. Ellos resultan, si se quiere, connaturales a la concentración del poder. Tampoco ha de extrañarnos, en este sentido, que tras dominar a dos de los tres poderes que son la base de nuestro sistema constitucional -el Ejecutivo y el Legislativo- la Presidenta haya partido en busca del único poder que le falta para completar el monopolio: el Poder Judicial .
Que la Presidenta quiera cercar ahora al Poder Judicial que le falta, ya es suficientemente grave. La sensación de alarma por nuestras libertades se acrecienta aún más al comprobar que, entre los propios defensores de la libertad, cunde además el mal tan argentino de la división . Como lo anticipábamos al comienzo de este artículo, estamos pensando en Carrió y en Lorenzetti. La que abrió el fuego en este campo fue la propia Lilita, al denunciar presuntas negociaciones non sanctasentre el presidente de la Corte Suprema, cuya principal misión es, precisamente, defender nuestras libertades, y la presidenta de la Nación, cuya ambición es conculcarlas.
Todos aquellos que estamos dispuestos a defender la libertad en esta hora incierta, todos aquellos que han marchado en su nombre el 18-A por las calles de la República , tendríamos que lamentar como el más peligroso de los males, precisamente, la querella entre quienes la defienden. Si Lilita tuviera plena razón, si su denuncia fuera fundada, habría quedado cerca de acusar a Lorenzetti nada menos que de traición a la patria, como lo hace el artículo 29 de la Constitución, el más severo que conocemos, en el que resuena todavía la condena de toda una generación al dictador Juan Manuel de Rosas.
¿No sería esto excesivo? ¿No hay alguna manera de conciliar las perspectivas del presidente de la Corte y la diputada denunciante? Si partimos de la hipótesis de que ambos buscan en el fondo lo mismo porque adhieren a la supremacía de la libertad en estos graves momentos, si les adjudicamos por igual los valores de la Constitución que ambos proclaman, ¿no habrá algún modo de acercar sus posiciones para evitar un alejamiento que sólo serviría, en definitiva, a los que "van por todo"?
En un ensayo que llevó por título Las manos sucias , Jean-Paul Sartre imaginó un debate entre un purista y un pragmático que perseguían, empero, el mismo fin: el triunfo de sus ideales, en el fondo convergentes. El purista no hacía concesiones. El pragmático las consideraba necesarias para alcanzar el objetivo que ambos buscaban. La tensión entre Carrió y Lorenzetti, en lugar de ser insuperable, ¿no corresponderá, como en Las manos sucias , a un malentendido metodológico? Como suponemos que a ambos los guía la buena fe, ¿no podrán serles fieles, pese a discutir, a los mismos principios?
Si extremamos las diferencias entre Carrió y Lorenzetti, podríamos exagerarlas hasta volverlas incompatibles. ¿Qué pasaría empero si las acercáramos hasta volverlas afines? ¿Sería ello posible? Recuerdo en este momento una lejana lectura juvenil, El Criterio , de Jaime Balmes. En esta obra, llena de buen sentido, el filósofo Balmes se dedica a refutar la máxima "Piensa mal y no errarás". ¿Por qué no nos dedicamos a "pensar bien", siguiendo a Balmes, de Carrió y de Lorenzetti? Si pensamos "bien", en y con ellos, quizá veamos que ambos quieren proteger a la República. Lo que sucede es que ambos la protegen desde lugares distintos. Carrió quiere protegerla en sus fuentes, en sus principios. Lorenzetti quiere protegerla en sus operaciones, en su desarrollo. Pero en el fondo sería justo suponer que los dos la quieren por igual. Esta observación no los convierte en competidores, sino en aliados detrás de una lucha común: la lucha por rodear a la República, que ambos aman, para preservarla de sus enemigos. Cuando hay que luchar por ella en medio de los vericuetos procesales, cabe la magia de los juristas. Cuando, para defenderla, hay que subirse a la cima, brilla el ardor de los iluminados.
Lo peor que podrían hacer los partidarios de Carrió, entonces, sería pensar mal de los partidarios de Lorenzetti, y viceversa. Unos y otros juegan en el mismo equipo. En realidad, ambos son necesarios para la victoria. Lorenzetti atrae a cientos de jueces que piensan como él, a comenzar por el resto de los jueces supremos, los camaristas y tantos abogados. Carrió acaudilla a cientos de intelectuales y principistas que no sólo anhelan una república, sino también una república sólida, bien formada, donde cada día los corruptos tengan menos lugar.
Si el debate que ahora se ha abierto entre los pragmáticos según Lorenzetti y los puristas según Carrió llegara al contrario a agravarse, quizá los argentinos nos perderíamos una dorada oportunidad para frenar el cesarismo que nos acosa en nombre del unicato presidencial. Estamos a tiempo, pero cada día hay menos tiempo. En el fondo, es una cuestión de proporciones. Quedan pocos meses para les elecciones de octubre. Si todos aquellos que quieren defender a la República en esta hora de prueba siguen enfatizando lo que los divide en lugar de lo que los une, la disputa entre Carrió y Lorenzetti será un ejemplo más de que a los argentinos nos atraen más las querellas de campanario que el exigente horizonte de la unión nacional.
Hay dos países latinoamericanos donde hoy peligra la República: Venezuela y la Argentina. Mientras los que aman en Venezuela a la República supieron unirse detrás de un solo candidato, Henrique Capriles, y esto hasta el punto de poner en peligro el monopolio chavista, la querella entre Carrió y Lorenzetti pone en duda si nosotros estaremos aprendiendo, al fin, la lección de la concordia. Extremando los argumentos, desde el rincón de Lorenzetti todos los hombres prácticos como él podrían ver en Carrió un exceso de celo o, incluso, un amor invariable al protagonismo. Desde el ángulo de mira de Carrió algunos podrían percibir en Lorenzetti, al contrario, un excesivo apego a los detalles o, incluso, cierta desaprensión práctica. Unos y otros se equivocarían, sin embargo, si no advirtieran la enormidad de lo que está en juego. ¿Qué interés sectorial o personal podría imponerse a la salvación de la República en esta hora suprema? Lo dijo Cicerón en un momento igualmente dramático: "La salud de la República es la suprema ley".

Comentarios

Entradas populares