Un viaje de pesadilla, de Harvard a Teherán

Las presentaciones de Cristina ante estudiantes universitarios, en Georgetown y Harvard, revelaron, de modo casi desolador, por qué ella se ha negado a ofrecer conferencias de prensa en la Argentina. Alguien en el Gobierno pagará la culpa por las amarguras cosechadas en los Estados Unidos.


POR JULIO BLANCK


Más allá de datos históricos equivocados y afirmaciones insostenibles, como que la inflación es la que dibuja el INDEC, que habla todo el tiempo con la prensa o que su fortuna se debe a su hasta ahora desconocido éxito como abogada , lo que mostró la Presidenta es una enorme dificultad para salir fácil de preguntas difíciles.
Además, poca ductilidad para interactuar con audiencias que no sean cautivas y entrenadas para aplaudir cuando hay que aplaudir, levantar las banderas cuando hay que levantarlas y responder con disciplina a las indicaciones de los hacedores del relato.
Y demasiada facilidad para el enojo y la descalificación de quien le incomoda, en este caso estudiantes que, sin ninguna inocencia , le preguntaron sobre cuestiones de las que ella prefiere no hablar.
El cuestionamiento público al índice de inflación de los Estados Unidos y el destrato –no por nuevo menos sorprendente– a sectores de la Argentina que por lo visto no encajan con su ideal glamoroso, como en sus hirientes referencias a La Matanza y su universidad, fueron uno y otro extremo en la colección de malos pasos.
Eludir una respuesta concreta sobre el proyecto de re-reelección, para quien se precia de manejar con precisión las palabras, resultó en cambio una señal política de alto valor. Cristina no tomará la iniciativa pública, pero no dijo que rechazará un cambio en la Constituciónque ella misma votó.
Toda la secuencia estuvo signada por factores infrecuentes. En Georgetown, Cristina contestó preguntas después de la sólida conferencia que pronunció para dejar inaugurada la Cátedra Argentina, una instancia académica que en esa universidad se consigue con el desembolso de alguna bonita cantidad de dólares. Empresarios y hasta algún sindicalista presentes en la delegación quizás hayan contribuido a ese logro. De modo que la presentación de Cristina allí era, casi, una cuestión de negocios.
Distinto fue lo de Harvard, donde la Presidenta acudió al aceptar una invitación de estudiantes argentinos de la Escuela de Gobierno, que iniciaron el trámite enviándole un simple y democrático correo electrónico al secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli.
Hay que decirlo pronto: no sería justo atribuir al diligente Parrilli la responsabilidad por los tropiezos de este viaje. El secretario general no está en el olimpo de los consejeros de Cristina. En círculos oficiales se señala, en cambio, que las opiniones del jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, y del canciller Héctor Timerman, pesaron más a la hora de decidir la agenda del viaje, con excursiones universitarias incluidas. Por el contrario, se asegura que cierto moderado alerta sobre los peligros que se cernían fue dado por Jorge Argüello, el embajador en los Estados Unidos. Pero quizás no haya que hacer caso estricto de estas versiones, que suelen estar cruzadas por el interés de quienes las difunden y las interminables rencillas internas, propias de todo poder.
En todo caso, los tropiezos universitarios de la Presidenta fueron de estricto consumo interno. Revelaron cuánta desorientación hay en la cima del poder desde que el cacerolazo masivo del pasado jueves 13 puso en acto lo que algunas encuestas venían anticipando: caída fuerte de la imagen presidencial, rechazo al estilo mandón y a la propaganda abrumadora, fastidio con medidas como el cepo al dólar, estrés social por cuestiones que no encuentran solución, como la inseguridad o la inflación. Ese declive no parece tener, por ahora, señales de corrección.
Pero además hubo otros componentes que trascendieron lo puramente doméstico.
No fue solamente la rotunda y muy pertinente refutación de la Presidenta a Christine Lagarde, la jefa del FMI, quien para censurar a la Argentina por el sistemático falseamiento de datos del INDEC habló desacarnos una tarjeta roja . Con justeza, Cristina le recordó que nuestro país no es un equipo de fútbol, además de soltarle algo de su nutrido arsenal verborrágico. Por cierto, la Argentina está claramente en off-side –para seguir con la terminología futbolística– en materia de estadísticas, pero el FMI no se puede arrogar la propiedad de la panacea económica , en vista de cómo está la porción del mundo que regentea.
En términos políticos lo más sustancial del viaje fue la apertura de negociaciones con Irán, con el declarado interés de buscar algún camino que permita juzgar a los acusados por el atentado contra la AMIA, en 1994.
El miércoles 19 Timerman difundió la invitación al diálogo que le hizo su colega iraní Alí Akbar Salehi. El martes 25, en la ONU, Cristina dijo que aceptaba esa oferta. El jueves 27 se reunieron los cancilleres, en el contacto de más alto nivel desde el atentado. Allí acordaron una agenda de negociación a partir de octubre, en Ginebra.
La velocidad de relámpago con que se llegó a este acuerdo sólo se explica por una intensa y silenciosa gestión previa . El tipo de gestión que el periodista Pepe Eliaschev denunció que se había abierto hace un año y medio entre Timerman y la diplomacia iraní, con un contacto secreto en la ciudad siria de Aleppo. Aquella revelación le costó a Eliaschev el anatema oficial y una fuerte presión judicial para que revelara el origen de su información. Pero estaba en el camino cierto.
Desde ya, es elogiable tratar de llevar a juicio a los acusados del crimen colectivo en la AMIA. Hace tres años, Cristina había reflotado una idea que venía del tiempo de Kirchner: explorar la idea de realizar el juzgamiento en un tercer país. Irán se negó entonces, una vez más, a entregar a sus ocho ciudadanos acusados, entre ellos un ex presidente, un ex canciller y el actual ministro de Defensa, y la Argentina volvió a condenar en la ONU esa falta de colaboración. Ahora se vuelve a aquel escenario original.
La cuestión no es la buena intención argentina, que se descuenta, sino la posibilidad efectiva de avanzar hacia el juzgamiento de los presuntos criminales . Allí es donde asoman dudas fundadas acerca de la disposición del gobierno de Teherán, que rechaza cualquier responsabilidad en el crimen mientras insiste en su postura de negar el Holocausto y pretender eliminar al Estado de Israel.
Argentina ha quedado, objetivamente, del lado de Irán y de su gran aliado en la región, la Venezuela de Hugo Chávez, sobre cuya influencia en el kirchnerismo es ocioso abundar. Enfrente están, cuanto menos, Estados Unidos e Israel. Y por extensión, la comunidad judía internacional y local, más allá de la fluidez del contacto que el Gobierno supo construir acá con algunos dirigentes comunitarios.
¿Cristina en verdad desea ese distanciamiento con Washington?
¿Acaso iban en esa dirección algunos pasos recientes de su gobierno, como la recomposición de vínculos con la DEA ejecutada por el supersecretario de Seguridad, Sergio Berni? La incierta respuesta a esas preguntas lleva a otro interrogante. ¿Hay algún beneficio concreto que la Argentina pueda extraer de esta negociación con Irán, como no sea en lo inmediato un incremento de las relaciones comerciales ?
El congelamiento diplomático que sobrevino al atentado de 1994 impulsó el mutuo retiro de embajadores. Pero no cesaron en sus funciones los agregados comerciales. Así y todo, las trabas políticas dificultan y encarecen el comercio bilateral.
Se cuenta en la comunidad judía que un gran embarque de arroz, producido por cooperativas agrícolas de Entre Ríos, debe ahora ser triangulado con un broker de Austria para ser llevado luego a Irán. Ese mismo tipo de triangulaciones, siempre costosas, pasarían por otros países de Europa, entre ellos España.
Desde que Cristina llegó a la Presidencia, las ventas argentinas a Irán se triplicaron largamente : fueron 319 millones de dólares en 2007 y 1.068 millones de dólares en 2011. Se vende trigo, maíz, soja, aceite. Es un buen negocio para las grandes corporaciones cerealeras, por lo general multinacionales. ¿Cuánto le compró la Argentina a Irán? El año pasado fueron sólo 17 millones de dólares, sobre todo en café, té y especias. Es una relación en la que todo es ganancia para el país, mirando solamente la frialdad de las cifras.
La pregunta es si, en busca de mejorar los negocios, se hipoteca sin fecha la posibilidad de justicia y además se arriesga cierta forma de soberanía. Porque ante un atentado cometido en la Argentina y contra argentinos, negociar el juicio en un tercer país suena demasiado parecido a acordar con los acusados de un crimen qué tribunal los va a juzgar.
Si así fuera, cabría pensar si las razones de caja ocupan una vez más el lugar de las razones de Estado. Y las razones de caja, por lo visto, no se discuten.
Copyright Clarín 2012


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