Frente a otro Moyano


El jefe sindical rearmó poder y volvió a reclutar adhesiones con reclamos salariales. La Presidenta lo sabe y hasta se baja de la sintonía fina.

Por Roberto García


Hugo Moyano cree que vive su momento de mayor esplendor. Por lo menos, si mira hacia el pasado reciente y compara. Hace seis meses temía por su libertad (estaban en prisión dos colegas), temblaba al escuchar la palabra Oyarbide (por el juez que, se supone, investiga la adulteración de troqueles en los medicamentos) y, resignado, si se salvaba del tormentón, se imaginaba recluido en su gremio como último refugio de su salida de la CGT, este venidero 12 de julio, mientras algún colega sindical (Antonio Caló) entonaba el responso probándose el traje del camionero. En esos tiempos, ni saludaba a sus adversarios de cúpula (de Luis Barrionuevo a “los Gordos”) y algunos prósperos laderos insinuaban distanciarse (del judicial Piumato al taxista Viviani, quien debía pensar en guarecerse en Roma si arreciaba el aguacero). Moyano entonces le rogaba a Cristina que lo recibiera como premio a viejas y discutibles lealtades; al menos, que le atendiera el teléfono. Ella, para él, era la jefa indiscutida, le rendía tributo, se comprometía con Julio De Vido a cualquier pedido y, por supuesto, para la platea juraba que sólo le interesaba compartir el proyecto. No hablaba por tele ni radio, menos con cronistas díscolos, insultaba al Grupo Clarín y hasta permitía que uno de sus hijos lenguaraces se acercara a La Cámpora, se vistiera de bisoño cubanito y le cantara en un cumpleaños algún bolero a la hija presidencial, la cinéfila Florencia (a quien su madre, comprensiva, en ocasiones se empacha con films los fines de semana para tener más temas de diálogo con la ennoviada adolescente).
Hoy, Moyano piensa distinto; es otro, como gusta decir la Presidenta de sí misma. Por ejemplo, se colocó en la primera fila de la desértica oposición, fogoneado inclusive por propios y ajenos (Barrionuevo, Fernández, Cirielli, Venegas), le cambió la letra y la opinión a las canciones de su hijo, trasladará al inodoro cualquier citación de Oyarbide, se ilumina con la promesa peronista de su entorno de que darán la vida por él (caso Viviani en el asado de hace cuatro noches), reclutó en apariencia más votos para hacerse reelegir en la CGT, se presenta –siempre moderado y enternecedor– en todos los programas de TV existentes o no, contrarios o no, al mismo tiempo que Clarín lo mudó de tenebroso sindicalista a fraile de clausura. Y en consonancia, La Nación (él, a su vez, ya bloquea la distribución de diarios). Se burla además de los candidatos a sucederlo que animan desde el Gobierno (del metalúrgico Caló, categoría peso mosca, al obeso con tiradores Pignanelli de Smata, quien ya se ganó el mote de Einstein por alguna teorización trunca), planea, en fin, el camino de la gloria sin haberlo transitado. Y, a Ella, más que pedirle una audiencia se la exige, la amenaza con un paro en el cual no cree, la fastidia y desafía buscando un mamporro y, en la arrogancia del poder, ya no le molesta que lo reconozcan como autor del gracioso calificativo que le endosó a Máximo Kirchner: “Mínimo”. Por otra parte, la supuesta influyente agrupación La Cámpora ni se acerca al movimiento obrero, carece de bases y dirigentes en ese sector, respetan o desconocen lo que hacen los sindicalistas; más bien, como dice y repite todo el mundo –quizás con la característica falaz de las leyendas populares–, sus integrantes parecen sólo interesados en los cargos y poco afectos al trabajo.
Si al Gobierno se le imputa cierta lejanía con la realidad, la realidad cotidiana del sindicalismo motivó el brote primaveral de Moyano. Ha convencido a muchos con la reflexión brechtiana de que si a él lo condena el gobierno en la Justicia, a ellos los pasarán luego a degüello. Mas los reúne a todos la depresión del goteo a las obras sociales, el dinero que dicen corresponderles y que se lo queda la Casa Rosada –deuda por otra parte incumplible– y la certeza de que ni siquiera habrá favoritismo para los elegidos, como sí ocurrió con él en tiempos de Néstor (por los fondos del APE, los recursos cuantiosos que antes manejaban y desmanejaban con las enfermedades terminales). Ni siquiera a Caló lo bendijeron con ese monitoreo, puede afirmar, Cristina lo escrituró a su nombre con la ex diputada Kronenfeld. Ya no se trata de hincarse y obedecer –como también sostienen los gobernadores–, sino de que esa postura y ejecución es insuficiente, depende más bien del gusto y placer del beneficiario, la venia o no del reino. Por si no alcanzaran estos argumentos, se estancó en lo que más aprecia y recurre: el salario. Como le enseñó su maestro Ricardo Pérez –al que luego desplazó, como corresponde–, siempre hay que volver de las negociaciones con un aumento, apreciable si es posible. Y en esa concurrencia de interés hay comunión general: sólo se acepta 20 o 22% de incremento en las paritarias. Eso sí: hasta julio, cuando se volverá a discutir de acuerdo a la evolución inflacionaria; la de los supermercados, claro. Un notición en el hígado del oficialismo económico –por no hablar del privado– que, a principios de la nueva etapa de Cristina, pretendía una sintonía fina con la quita de subsidios, suba de tarifas y un salario por todo 2012 que no superara l2% de ascenso.
Descubre el jefe de la CGT su repertorio, parte de las cartas, mientras el Gobierno –se supone– dirime una estrategia diferente. Quien más, quien menos, sospecha que Cristina convocará a los más adictos para recordarles las bondades del modelo, las ventajas obtenidas por el movimiento obrero en blanco –los salarios, el año pasado, superaron el costo de vida de supermercados o de consultoras privadas– y, de paso, les reconocera a los que no son de Moyano, aunque sea por un día, exigencias que Moyano declama desde hace unos meses. Aparte de abrirles esas cajitas musicales a la que son tan afectos los gremialistas por la música embriagadora que contienen. Le toca al Gobierno jugar, los otros ya lo han hecho: todos los colegas del sindicalismo saben quién es Moyano, conocen vida y milagro del ascenso económico de su gremio, también el de los minúsculos que se hicieron mayúsculos a su alrededor, de su afán por arrebatar afiliados de otros sindicatos (Comercio) en beneficio propio y hasta de quedarse inclusive con algunos sindicatos (Peajes). Conocen entonces su discresionalidad, lo desprecian y en alguna forma le temen, pero no ignoran que del otro lado también prevalecen formas arbitrarias, silenciosas y secretas, a las que ellos no pueden acceder. De ahí que Moyano sea otro y por el momento goce de un esplendor que hace seis meses parecía utópico. La bolilla empezó a rodar sin que se hayan completado las apuestas.

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