Bicentenario (2): Un evento con mucha inflación


El mundo pasa por un momento muy complicado. Pero los principales problemas en la Argentina son de hechura doméstica. No deberían olvidarlo quienes celebran el Bicentenario.

SERGIO SERRICHIO | 22/05/2010 | 10:25


CIUDAD DE BUENOS AIRES (Los Andes). Las celebraciones del Bicentenario marcan el inicio de un receso de facto en la actividad política del país o, al menos, en la atención que la sociedad prestará al proceso político y legislativo.

Episodios como el cruce declarativo y epistolar entre el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner (CFK), que de resultas no concurrirá a la gala de reapertura del Teatro Colón; los dos Tedéum del 25 de Mayo, pues la presidenta eligió desairar al cardenal Jorge Bergoglio, que oficiará el tradicional, en la Catedral Metropolitana, y asistir a otro en la Basílica de Luján (al fin y al cabo, parte de la misma Iglesia).

Y la decisión oficial de excluir al Vicepresidente Julio Cobos de la cena con mandatarios extranjeros y gobernadores que encabezará la jefa de Estado en la Casa Rosada, son expresiones de un país crispado y de una dirigencia adolescente, pese a los 200 años transcurridos desde el primer gobierno patrio.

En 1810, a sus 32 años, ocupado como estaba en la construcción y el futuro de la Argentina, Mariano Moreno no podía darse esos lujos, que un cincuentón hijo de papá y auto-victimizado como Macri y dos sesentones millonarios y sedicentes revolucionarios como los Kirchner no tienen pudor en protagonizar a la vista de todos.

Luego de las rencillas, vendrá el fútbol. A partir del mundial, qué duda cabe, la atención estará puesta en Sudáfrica. Bien lo sabe el gobierno que, mediante la distribución gratuita de más de un millón de conversores -necesarios para la recepción de las señales abiertas de televisión de alta definición- buscará capitalizar esa atención hacia los cuatro canales estatales que harán punta en la era de la TV digital, incluyendo una señal para el público infantil.

Recién después, ya en pleno invierno, se sentirá a pleno el impacto de una aceleración inflacionaria que empobrece al grueso de la sociedad y a la que el gobierno responde -alternativamente- con mentira estadística, inacción macroeconómica y, de última, atribución de culpas a los malvados que provocan eso que, según el relato oficial, no existe.

Esta columna ha insistido respecto de la inflación, por varias razones:

1) 2010 será el quinto año consecutivo en que el aumento de los precios minoristas supera el 10 por ciento anual.

2) Es un fenómeno doméstico, casi enteramente atribuible a las políticas oficiales (en la región, sólo Venezuela supera los guarismos argentinos; en el mundo, sólo unos pocos países la miden en dos dígitos).

3) Es un extraordinario disolvente social.

4) Rompe con uno de los pocos legados positivos de la década de los 90s.

5) Lejos de ser un fenómeno "controlado", tiende -cada vez más- a acelerarse;

6) Agudiza los demás problemas políticos y económicos.

7) Su eventual control será cada vez más costoso.

Pese a todas esas desventajas -y unas cuantas más- para la sociedad, el gobierno sigue prefiriendo el expediente inflacionario porque obra de manera silenciosa el ajuste que se niega en los discursos oficiales y porque, a los niveles actuales, la inflación potencia los recursos fiscales.

El riesgo, sin embargo, es la aceleración, evidenciada en una batería de acuerdos salariales que rozan o superan el 30 por ciento (alimentación, comercio, construcción) o, como en el caso azucarero, desbordan el 40 por ciento.

La cuestión va más allá de la justicia del aumento, que cada vez se funda más en las expectativas de inflación futura que en la propia lógica del mismo.

Como dice un reciente informe de la consultora Analytica, "en la carrera precios y salarios todos tienen razón y nadie tiene razón; todos avanzan para quedar en el mismo lugar".

Esto sucede, sigue el informe, pues "la política macroeconómica (esto es, el gobierno) no pone un techo a las presiones de ambos y parte de esconder por lo menos 15% de inflación". Peor aún, dice, "el Estado convalida la puja con políticas monetarias y fiscales laxas".

En un contexto de robusta expansión del consumo y de la actividad económica, ninguna parte tiene incentivo a bajarse de la puja y la calesita sigue girando.

"Ni el trabajador se queda sin trabajo si sube su salario ni el empresario pierde clientes si sube sus precios. Al menos por ahora", explica el reporte de Analytica, que identifica apenas dos "herramientas" anti-inflacionarias: el retraso relativo del dólar y las mentiras del Indec.

Ciertamente, la situación mundial es complicada. La crisis europea pone mucho más cerca el riesgo de recesión -e incluso depresión- global que algunos creían superado tras el derrumbe financiero de 2008/2009.

Europa es el principal cliente de China, a la vez presionada por Estados Unidos para que revalúe su moneda (la misión a Pekín que estos días encabeza la canciller norteamericana, Hillary Clinton, es la más grande de las últimas cuatro décadas).

Encima están las cuestiones de seguridad y geopolíticas, como las presiones sobre Irán en torno de su programa nuclear y el hundimiento, por parte de Corea del Norte, de un buque de Corea del Sur, que generará aún más tensiones entre USA y China. El propio líder norcoreano habló de "guerra" en la península más armada y en la frontera más caliente del mundo.

Nuestro país tiene mucho que temer de las convulsiones externas, sobre las que poco puede hacer. Mayor razón aún para honrar el Bicentenario con actitudes de madurez política e institucional e intentar resolver problemas que son bien argentinos. Para echar culpas, ya habrá tiempo.

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